Cultura
27 de abril de 2011

El libro como resistencia

Dr. Pablo M. MORO RODRIGUEZ

Es habitual que hoy en día los docentes, los editores, los libreros se pregunten qué está pasando con los libros, cuál es su futuro, hacia dónde se dirige una industria que, a pesar de contar con número extraordinarios en ventas, parece sufrir una recesión irreversible. Y no es la industria lo que en realidad nos preocupa, sino el hecho de que cada vez sean menos los lectores de libros porque eso es lo que convierte la situación en una recesión que va más allá de lo económico, que afecta a lo cultural.

En otras ocasiones nos hemos planteado si es real esta crisis de la lectura y hemos apuntado que no es la lectura como instrumento lo que está en crisis, sino una forma de leer. Lo que retrocede, aparentemente entre los más jóvenes, es la lectura de libros, de ficción, y el cambio de soporte de papel a formatos electrónicos parece ser el responsable de esta situación. No obstante, intentemos ser optimistas sin dejarnos llevar por un romanticismo excesivo. Quizás los libros empiecen a ocupar hoy en día un lugar que nunca dejaron de tener: el de la resistencia. Démosle una vuelta de tuerca. Si lo que prolifera es la información inmediata, el acceso electrónico a cualquier contenido mediante la web, estamos ante una democratización de la cultura como nunca antes habíamos vivido. Ahora bien, ¿qué valor le damos a ese acceso? Parece ser que todo lo que se consigue sin esfuerzo deja de tener valor para nosotros. Podemos acumular libros, películas, series de televisión, documentales, etc., y eso va en contra de una cierta “mística”, aquella que nos hacía buscar una edición agotada, un libro raro, una película no distribuida. Evidentemente, no queremos decir con esto que sea mejor ese acceso restrictivo a la cultura, simplemente estamos llamado la atención sobre un cambio de actitud ante la misma. Probablemente sea una cuestión generacional. Los jóvenes hoy en día han crecido con este acceso y están acostumbrados a leer en pantallas de computadora, cosa que en nuestro caso resulta muy incómodo. La cuestión es si leen lo mismo, es decir, -y por buscar un ejemplo en concreto- ¿pueden leer En busca del tiempo perdido en una edición electrónica? Porque el soporte lleva implícito un tiempo. Recorrer las páginas de Proust implica identificarse con una percepción del tiempo, de un tiempo particular, del tiempo de la rememoración, del tiempo de una lectura que no está pensada para el consumo inmediato o para el “lo uso y lo dejo”. El tiempo de lo virtual es fugaz en grado sumo, a diferencia del tiempo del libro en papel. Quizás los nuevos formatos de hardware, las tabletas, permitan un acceso más ágil a la lectura sobre pantalla. En este sentido queremos ser optimistas. Las generaciones que llegan a la lectura tendrán la habilidad de sobreponerse a un soporte que para los que somos hijos del papel nos resulta inaccesible. Mientras tanto, leer libros será una forma de resistencia. Ante el avance de lo electrónico el libro se resiste a perder su mística, su tiempo lento, su diálogo con el lector. Pasar horas en una librería rastreando ese ejemplar tan ansiado, buscar en los estantes de segunda mano ediciones agotadas, no deja de ser una forma de rebelión para todos aquellos que seguimos prefiriendo el fluir del tiempo al ritmo del paso de la página, de la pausa, de la nota al margen, del subrayado de lo que nos conmueve, de la reflexión. Quizás terminaremos aislados en el bosque, memorizando libros para poder asegurar su transmisión. Así lo imaginó Ray Bradbury en su inquietante distopía Fahrenheit 451. El libro es pernicioso porque nos hace pensar, nos hacer sentirnos diferentes. Poseer libros es un atentado contra la corriente masiva. Como docente quisiera que pudiéramos transmitir esta vivencia de la lectura como rebelión, porque estoy convencido de que con esa enseñanza conseguiríamos que los jóvenes (rebeldes por naturaleza) vieran en el libro una forma de autoafirmación. Si leen sobre papel o sobre una pantalla es algo que escapa a nuestro alcance, pero habremos de admitir que las distintas apariciones de soportes han supuesto similares renovaciones en el pensamiento y la cultura. Esto es lo verdaderamente importante. Nunca se dejó de leer por esos cambios, confiemos en que tampoco dejará de hacerse con el devenir de estos tiempos, pero tampoco dejemos de lado nuestra cuota de responsabilidad: seamos rebeldes, leamos libros.

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Dr. Pablo M. MORO RODRIGUEZ:
Docente de la Facultad de Arte.
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