Centenarios y Bicentenarios.
Por Fernando Devoto
Conmemorar es una instancia recurrente en la vida de los Estados nacionales. En especial los centenarios son un momento central de cualquier liturgia cívica. Su propósito visible es alentar la construcción de identidades y fidelidades en torno a un patrimonio común en el cual los habitantes de un determinado Estado nación deberían reconocerse. Es decir, la construcción de una memoria pública.
Uno de los momentos centrales de las conmemoraciones argentinas del pasado fue el conjunto de iniciativas que tuvieron lugar, en mayo de 1910, bajo la consigna de la “argentinidad”. Aunque los festejos fueron masivos, es bueno recordar que se hicieron bajo la vigencia del estado de sitio, con hondas divisiones en las elites políticas gobernantes, con muchos dirigentes encarcelados o deportados (en especial anarquistas) o marginados (en especial radicales) y que las voces disidentes fueron acalladas. Todo fue dominado por la bandera, la escarapela y el himno cantado sin cesar en las calles de Buenos Aires. Se buscaba combatir con ellas a otros, argentinos o inmigrantes, que se oponían (o se suponía que se oponían) a todo o parte del ideario dominante. Aunque, por ejemplo, las comunidades inmigrantes participaron activamente del festejo en esta tierra llamada de “buena voluntad”, lo que se consagraba así era una memoria pública oficial cuyo objetivo era crear una sociedad homogénea, y suprimir los diferentes aportes culturales que habían ido construyendo a la Argentina, desde el de los mismos inmigrantes al de los pueblos originarios. Aunque parecía que se celebraba un pasado, las gestas de un siglo, las fiestas apuntaban al porvenir. El pasado no se celebraba en sí sino como caución o garantía de un futuro de “grandeza”.
Mayo del 2010, el segundo centenario, puede ser una oportunidad para un rediseño de esa memoria pública en función de un proyecto de futuro más abarcador. Se trata ahora de admitir que la sociedad argentina tiene múltiples raíces, de reconocerlas y de valorizarlas, que es una sociedad plural y que esa pluralidad debe ser alentada.
Ese rediseño no es tampoco simplemente una consagración del pasado, es también él un proyecto de futuro. No hay ninguna utilidad en el “uso del pasado” (salvo para los historiadores que no buscan conmemorar sino comprender ese pasado) si no es en función de un proyecto de futuro que aspira a ser diferente del propio presente. Es de esperar también, y de ello dependerá su éxito, que esa fiesta encuentre involucrados no solamente a los actores estatales sino a la gran mayoría de los argentinos. Para ello es necesario, más allá de los climas de coyuntura, redescubrir o reinventar un horizonte común de posibilidades y expectativas, quizás menos grandilocuentes pero más consistentes que las de 1910.
Revista del Bicentenario, Secretaría de Cultura de la Nación, Octubre de 2008.