¿De qué hablamos cuando hablamos de divulgación científica?
Comencemos por el principio: todos entendemos de qué hablamos cuando hablamos de "divulgación"... ¿o no? Basta mirar los anaqueles de las librerías que con tal denominación ofrecen una variedad que va desde la visión del mundo de Einstein hasta consejos para criar al hámster o para seguir la dieta de la luna en cuarto creciente. Pues bien: las palabras no son inocentes y la forma en que uno se presenta o firma el registro de pasajeros de un hotel dice mucho acerca de lo que hace, cómo lo hace, por qué lo hace. A las raíces, entonces: divulgar, así como su prima popularizar, conlleva en si el germen del llamado "modelo de déficit": llevar el conocimiento desde donde se produce (la ciencia) hasta donde, en el mejor de los casos, se consume. Es más, las metáforas que utilizamos para esta tarea de divulgar son de lo más ilustrativas: bajar, traducir, transponer. Claramente, esconde una tarea de evangelización científica: allí en el monte Olimpo los investigadores cuecen habas que, cada tanto, aceptan llevar al pueblo (el vulgo, el popolo) que espera pacientemente en la base de la montaña. Solo que aquí hay un pequeño problema: nadie quiere ser evangelizado, ni tocado por la antorcha del conocimiento así porque sí, porque hay que hacerlo para ser parte del mundo. No cabe duda de que esta mirada obedece al principio de autoridad: las cosas son verdad dependiendo de quién las diga: el Papa, el jefe... los científicos de guardapolvo blanco y anteojos gruesos. Nada más alejado de la tarea de la ciencia, en donde la verdad no se revela o, en todo caso, se rebela periódicamente mientras se van corrigiendo nuestras miradas del mundo.
Uno podría elegir otras palabras para referirse a esta maravillosa tarea. Compartir, por ejemplo o, lo que es lo mismo, comunicar - poner en común. Aquí no hay tanto arriba ni abajo sino una multiplicidad de miradas que nos ayudan a entender de qué se trata. Asimismo, podríamos invertir la ecuación y, en lugar de divulgar, popularizar, comunicar (o sea, analizar el mundo desde el lado de "los que saben" hacia "los que reciben"), seguir un poco a los anglosajones y detenernos en la comprensión pública de la ciencia, que pone el foco en quienes tienen la responsabilidad (¿el deber?) de entender la naturaleza, o sea, todos nosotros.
Algo para pensar la próxima vez que debamos llenar el rubro "profesión" dentro de algún formulario...
¿Y de quién hablamos cuando hablamos de divulgación científica?
Hasta aquí, unas breves palabras del objeto de nuestra noble tarea. Pero siguiendo un riguroso análisis sintáctico, pensemos también en el sujeto: quién debe -o puede- contar la ciencia. Esto que parece tan simple es objeto de airadas discusiones en el mundo académico de la comunicación de las ciencias. Tal vez como consecuencia de la eterna lucha del bien contra el mal (o sea, de la ciencia contra el periodismo), en la que ambos bandos recelan entre sí, se ha procurado mantenerlos estancos, beligerantes. De un lado del ring, quienes afirman que solo puede contar la ciencia quien la vive o la ha vivido en forma personal, y lo demás es silencio. Del otro lado, los campeones de la palabra, que afirman que lo necesario aquí es contar, y la ciencia vendrá por el camino. (Está bien: admito que son extremas simplificaciones, pero tienen consecuencias prácticas en nuestras profesiones). Lo cierto es que hay un cierto interés reciente por parte de los científicos en que contar lo que hacen sea también parte de lo que hacen y, también, hay una creciente profesionalización del periodismo científico que permite un diálogo más fluido y ameno entre las partes, con la necesaria mirada crítica sobre la ciencia y sus circunstancias.
Como siempre, y antes de que comiencen las bodas de sangre, es necesario considerar cómo puede complementarse una visión cientificista del mundo con una visión narradora del mundo; de la unión entre la pólvora y el libro puede brotar la rosa más pura.
Pero esto no puede quedar en un ramillete de intenciones: es necesario considerar que en la formación del científico haya instancias de capacitación en contar, en compartir su conocimiento, así como la educación del periodista debe incluir una mirada científica del mundo -vaya a dedicarse a la ciencia, la crónica policial o los números de la quiniela-.
Solo así iremos acercando las famosas dos culturas y podremos considerar, de una vez, a la ciencia como una de las luces de la humanidad, junto con la literatura, el teatro, el fútbol o la belleza.
¿Y desde dónde hablamos cuando hablamos de divulgación científica?
Primero lo obvio: la ciencia no es ciencia hasta que no se comunica. Es otra cosa, vaya a saber cómo llamarla, pero no es ciencia. Guardar un experimento maravilloso, o el resultado con el que dominaremos al mundo, en un cajón de la mesada de laboratorio lo destierra del mundo de la ciencia. Claro que hay instancias de comunicación. Una de ellas es la obvia, la que nos permite ganar un sueldo, ponernos medallas en la cucarda y pesar nuestros curricula en una balanza como para poder irnos a dormir con la satisfacción de la tarea cumplida. Efectivamente, la carta de presentación de los científicos al mundo son sus papers, sus presentaciones a congresos, sus patentes, aquello con lo que los juzgan cada tanto y que les ocupa largas horas en los formularios de turno.
Pero eso no es todo: al menos desde un punto de vista impositivo, estamos obligados a contar lo que hacemos a nuestros empleadores (en sentido amplio): los que pagan los impuestos, los que estudian, los que trabajan, los que tal vez se beneficien de nuestras ideas y nuestros inventos.
Sin embargo, aquí no estamos solos: a diferencia del típico científico loco hollywoodense encerrado en su laboratorio mientras espera la tormenta eléctrica perfecta para despertar a su monstruo favorito, los investigadores solemos estar alegremente adscriptos a una institución, la universidad, el departamento, el instituto, el centro, el bar de la esquina. Y también es desde allí (o, mejor dicho, sobre todo desde allí) que se debe contar la ciencia, como una función inevitable y principal de estas instituciones.
En fin, que ya sabemos qué, quién y desde dónde.
Solo nos falta hacerlo y ser felices, que contar la ciencia también nos ayuda a serlo.
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