Cine y literatura, espacio de encuentro con lo sensible
Cine y literatura, literatura y cine…. Hace 120 años el binomio se resolvía fácilmente, ante un arte de extensísima duración como la literatura, el cine con su presencia se avizoraba como un lector y quizá un visitante de las letras. Sin embargo, hoy a más de un siglo de su nacimiento las vinculaciones entre ambos espacios son bien diferentes.
La autonomía, identidad y desarrollo que ha logrado el audiovisual pone en discusión el lugar preponderante de la literatura y tal vez tensiona con intención de invertir el orden –si lo hubiera-. Con facilidad, se podía considerar que ciertos films provenían de obras teatrales, novelas, relatos, fabulas que se adaptaban/ transformaban para llegar a la pantalla grande. Y en estos casos, el lugar de la producción literaria se hacía imprescindible. Sin embargo, cinematografía reciente explora además con curiosidad creativa diversos géneros literarios como así también otros lenguajes artísticos.
La función tradicional de contar historias, propia de la literatura ha hallado en el audiovisual un espacio análogo. El visionado de las imágenes, las luces, los colores, la música, los ruidos -a priori- parece resolver la comprensión del discurso escrito sin embargo complejiza la función del espectador y lo desafía.
Discutir aquí si es el cine o la literatura quien convoca más y/o mejores habilidades para sus realizadores y su público sería infructuoso e innecesario, pues el reconocimiento de estos lenguajes como complementarios es lo que permite una representación visual múltiple y personal. Para algunos comprender el trabajo de síntesis del guión de cine y comprobar la fidelidad o no respecto al texto original, puede resultar una tarea atractiva. Pero más allá de observar estas variantes, lo relevante es considerar que la representación en el celuloide siempre es una lectura posible de la obra literaria en la que se fundamenta el film.
Siguiendo a Roland Barthes, cierto es que la escritura no es en modo alguno un instrumento de comunicación, no es la vía abierta por donde sólo pasaría una intención del lenguaje. Es todo un desorden que se desliza a través de la palabra y le da ese ansioso movimiento que lo mantiene en un estado de eterno aplazamiento. Por su parte, el cine basado en un invento técnico de reproducción de realidad se separa de lo que tradicionalmente había sido la interpretación como espectáculo ficcional, tal las afirmaciones de Walter Benjamin. De este modo, la percepción se aliena, pues subyacen al cine muchas características que lo implican: la actuación, la distancia entre espectador y artistas mediada por una cámara y un sinnúmero de otros hacedores. Sin embargo, estas características en la creación mediada por estos novedosos recursos técnicos, no pueden comprenderse como negativas o como un retroceso del arte, pues han sido una puerta ancha a numerosas posibilidades para el arte.
El cine como medio técnico de reproducción ha permitido ampliar el universo narrativo de acciones. La revolución artística que suponen los medios de reproducción, en su conquista del ámbito del arte con el cine han permitido que el público se proyecte de alguna manera sobre la obra. En este sentido diría Benjamin la masa dispersa sumerge en si misma a la obra artística construyéndose como protagonista creativa, que genera conexiones entre ideas, narraciones, experiencias preexistentes que darán lugar a nuevas ideas, narraciones y experiencias.
Finalmente, como se ha afirmado lo esencial de un relato no es directamente su contenido ni su estructura sino más bien las rasgaduras de su bella envoltura, pues es ahí donde el lector y el espectador pueden ser protagonistas poderosos en el sentido foucaultiano, de modo quizá poco concreto, difuso y relacional, en parte histórico e impredecible. Por tanto más allá de la literatura, del cine, de los millones de artistas que comparten estas pasiones está el público, la humanidad hambrienta de relatos.
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