Energías renovables y cambio climático: una relación necesaria pero difícil
Los resultados presentados en el último Informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), basado en mediciones y observaciones realizadas desde hace décadas, muestran que las causas del cambio climático responden de manera irrefutable a la acción del hombre y sus actividades productivas que liberan emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera. (1)
Estas emisiones provienen, en más de un 70%, del uso de combustibles fósiles para la producción de energía para cocinar, calentarnos en invierno, iluminarnos, trasladarnos, y producir todo lo que consumimos, desde lo que comemos hasta lo que vestimos. Otro gran porcentaje de estas emisiones son generadas por la actividad ganadera vacuna, la agricultura basada en agroquímicos y la deforestación de bosques nativos que la suele acompañar. Por último, el manejo de residuos y efluentes urbanos, industriales y agropecuarios, también producen estos gases aunque en menor medida.
Gracias a la explotación y uso masivo de los combustibles fósiles, primero del carbón y luego del petróleo y el gas natural, la producción de bienes y servicios se divorció de los ciclos naturales que impone nuestro planeta, con sus cuatro estaciones y sus días y sus noches, generando así la ilusión de un crecimiento económico y material ilimitado, paradigma de desarrollo que nos acompaña desde la Revolución Industrial.
Tanto en la Argentina como a nivel global, más del 85% de la energía que se produce proviene de los combustibles fósiles (2), por lo que su sustitución por otras fuentes de energía representa un desafío inmenso desde el punto de vista técnico y también económico, por lo menos en cuanto a inversiones iniciales se refiere. Cuando al análisis se integran otros aspectos como los impactos ambientales causados por el uso de combustibles fósiles y la concentración económica y política que la explotación de estos combustibles generan, entonces la evaluación cambia radicalmente y el desafío se hace aún más grande y complejo. Esto aplica también a la energía nuclear y a las grandes represas hidroeléctricas, las otras dos fuentes de energía que completan nuestra matriz energética.
Los costos actuales de los combustibles fósiles no tienen en cuenta el amplio y extendido apoyo en materia de recursos económicos y humanos que se han puesto a disposición del desarrollo de estos recursos y de sus tecnologías de explotación y aprovechamiento a lo largo del siglo XX en la Argentina y en el mundo. Por lo cual, y sin pretender hacer una revisión crítica de las decisiones tomadas en otros momentos históricos y en otro contexto mundial, si se incluyeran, por ejemplo, los costos que implicó el desarrollo del petróleo desde la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la comparación de costos con otras formas de energía sería muy distinta.
Por otro lado, la concentración de recursos, dinero y poder asociada a la explotación de los combustibles fósiles, y también a la energía nuclear y a la energía hidroeléctrica, genera el marco propicio para la actuación por fuera de la ley, o lisa y llanamente para la corrupción en desmedro de las arcas públicas y de la sociedad en su conjunto. En la Argentina sabemos perfectamente de qué se trata cada vez que surgen sospechas, sino evidencias claras, de corrupción en torno a la explotación del carbón, del petróleo y del gas natural, así como a la construcción de centrales nucleares y de grandes represas hidroeléctricas.
Los recursos energéticos renovables como la energía solar directa, la energía eólica y las diferentes formas de biomasa para la bioenergía, podrían ser la contracara de esta matriz energética concentrada y contaminante si se desarrollaran aprovechando sus características intrínsecas: alta distribución geográfica, no generan gases de efecto invernadero y brindan la posibilidad de acceso con tecnologías de pequeña o mediana escala. En efecto, los recursos renovables están distribuidos en el territorio y su aprovechamiento se podría lograr con recursos humanos y tecnologías locales, y con múltiples actores participando de su producción y distribución, facilitando así el acceso a esos recursos y a la energía que puedan generar.
Las energías renovables son imprescindibles para la mitigación del cambio climático, pero no suficientes. Lo que no pueden hacer las energías renovables es acompañar el modelo de desarrollo imperante de crecimiento permanente de la producción y el consumo de bienes y servicios suntuarios, la causa más profunda del cambio climático y otros desastres ambientales. En contraposición con los combustibles fósiles, los recursos renovables sí dependen de los ciclos naturales y por lo tanto no se los puede extraer y utilizar a una velocidad mayor a la que la misma naturaleza los puede regenerar, como exige el modelo de desarrollo actual. Y aun cuando se logren mejorar los sistemas de almacenamiento de energía, estos serán necesariamente temporarios.
Esto nos plantea, entonces, un desafío aún mayor: reducir las emisiones de gases que causan el cambio climático significa dejar atrás los combustibles fósiles y, por lo tanto, cambiar las formas de producir y consumir que sólo estos combustibles son capaces de sostener. Esto implica, como consecuencia, abandonar nuestro paradigma de crecimiento material infinito que nos acompaña desde hace dos siglos y al mismo tiempo distribuir lo producido con equidad.
El cambio climático es un síntoma, entre otros desastres ambientales y desigualdades sociales, del modelo de desarrollo actual, pero que al mismo tiempo nos abre una oportunidad para cambios más profundos: cambios en la forma en que entendemos el desarrollo y la prosperidad de nuestras sociedades y sus individuos.
Notas
1. IPCC, 2014: https://www.ipcc.ch/report/ar5/syr/
2. CAMMESA, 2016: http://portalweb.cammesa.com/memnet1/Pages/descargas.aspx
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