La ciencia en el Río de la Plata, de 1816 a 2016: la larga espera por la Independencia
“Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez. Ya es tiempo de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía.” Bernardo de Monteagudo, ca. 1816. (1)
Dejar de pedir permiso, exigir que nos suelten la mano, dejar de ser un colgajo de algo y todo con valentía. Eso fue la Revolución de Mayo en Argentina. Brilló unos años, precedida por arduos episodios en América, continuada en otros Virreinatos, seguida luego con menos brillo y aparente pragmatismo, que solo fue el disfraz de los conservadores del antiguo sistema gestionado por otras manos y al servicio de otros intereses y propios negocios. Pero su efecto nos queda como un resplandor de fondo enorme. Hasta acá me animo a decirlo, sin ser ni cerca un profesional de la Historia. (2)
Al abrigo de esa irradiación de gran intensidad inicial, algunas cuestiones fueron cobrando vida propia, como la educación pública, la instrucción, por ejemplo: volcar luz, chispas, sobre la mente, provocar la inteligencia, poner en manos de todos las culturas, aunque ese todos estuviera aún limitado a una fracción de la sociedad y las culturas quedaran reducidas a lo que vino de Europa. Eso hizo que naciera la Universidad de Buenos Aires, no la primera del territorio, sí la primera después de la Revolución y con intenciones más profesionalistas, aunque con escaso presupuesto. Pocos años después del Congreso de Tucumán de 1816 ya se erguía otro rincón de instrucción superior: la fecha, 1821. En ese contexto apareció un italiano pelirrojo, de nariz sanmartiniana, físico, astrónomo, ingeniero, que debió huir de su Lombardía natal perseguido por revolucionario. Mezcla ideal, se diría, para un Río de la Plata en ebullición.
Ottaviano Fabrizio Mossotti llegó en 1827 (M. de Asúa (2009) “Historia de la astronomía en la Argentina”) y puso varias cosas patas para arriba. Empezó por poner un telescopio apuntando al cielo, midió la latitud de Buenos Aires, su altitud en diferentes lugares, un poco por su necesidad como astrónomo y otro poco porque era necesario relevar el territorio, y con gran precisión, todas cosas que permitieron que los astrónomos activos del mundo pudieran comparar sus resultados con los de Mossotti, el afortunado que podía ver los cielos del Sur. Y así compiló, por ejemplo, varias tablas sobre meteorología y cuestiones relacionadas con sus observaciones en el terreno. En 1835, fecha no casual en nuestro país, y compelido por un ofrecimiento en su patria, se fue. Para 1853 solo lo recordaban algunos discípulos fieles pero los cuadernos con los datos meteorológicos aparentemente se han perdido. Metáfora cruel de una situación que, lamentablemente, parece repetirse. Científicos cruzando de ida y de vuelta el océano, a fuerza de navegar las corrientes políticas o dejarse arrastrar por ellas.
Para Mossotti seguramente no habría contradicción alguna entre servir como topógrafo en la medición de la equivalencia entre la vara y el metro y poder detallar eclipses o pasajes de cometas (particularmente el Encke (o Enke) con su doble aparición) desde el hemisferio Sur y publicarlas en las mejores revistas de Astronomía: formar la comisión de la vara habiendo a su vez desarrollado un método numérico especializado para la determinación de órbitas y/o trayectorias de cuerpos celestes teniendo cuatro puntos de la misma para definirse. Academia y barro para él no tendrían límite. Nada mejor entonces que la frase: “La búsqueda de la verdad no es la única dimensión a tener en cuenta en el trabajo científico. Hay otro criterio: el de la importancia que un conocimiento tiene para un lugar determinado. Este es local y brinda la posibilidad de autonomía científica” (G. M. Bilmes (2011) (3) “Actualidad del pensamiento de O. Varsavsky”). Lamentablemente, hoy sí sorprendería a muchos solicitarles el mismo empeño.
La libertad, la emancipación, la independencia, también requieren autonomía de la vida académica, científica y cultural de un país. El país independiente requiere esa actitud pero, como dije, la Revolución de Mayo, esa revolución de mayo, terminó demasiado temprano, tal vez antes de que Mossotti pusiera sus ojos en la Cruz del Sur y metiera a la fuerza un punto de observación astronómica más en el mapamundi y a la vez una vara hispana que medía 939 mm, así como suena.
Es que ahí residen algunos emergentes de un problema de la ciencia actual en la región: la vida científica, con la exacerbación de la producción de publicaciones, privada de verdadera autonomía, ya que son los países dominantes quienes imponen la medida o moda de los quehaceres científicos, la intrínseca tensión entre la ciencia para la transformación (acorde al espíritu de la revolución de Mayo) o el “efecto vidriera” que comporta mantener un grupo selecto de científicos, aplicados y obedientes a las normas del sistema o a perecer caso contrario y, finalmente, señoras y señores, la condenable fuga de cerebros, el pasaje de científicos de un país a otros “allende la mar océano”.
Admitámoslo, el primer emergente es mundial, no afecta solo a los científicos de esta región del mundo, supuestamente emancipada en 1816, pero sí afecta a los países que no fijan sus políticas científicas de manera autónoma no corporativa. El segundo es de alguna medida responsable de que, si uno discute la validez del sistema se sale del marco de la vidriera y, como Alicia, la de Carroll, se va a través del espejo, esta vez directo a las fauces de la Reina Roja y pierde la partida de ajedrez. La tercera es la solución de primera aproximación: el científico se va, empujado por circunstancias relacionadas a la falta de políticas de Estado (excepción hecha de la década pasada), de los límites del país que lo cobijó en sus estudios: la Universidad pública lo pierde, el país lo lamentará, tarde o temprano.
Sin embargo, esa migración ha traído no pocos problemas en los países receptores, por eso ahora se fomenta el contacto vía la red de redes que, como no podía ser de otra manera, atrapa, seduce, parece reconfortar y ayudar aunque, en realidad, succiona el verdadero cerebro, permitiendo que los científicos no se vayan por los mares siguiendo las nubes de Úbeda, sino que permanezcan en sus sitios, a resguardo del fracaso (porque sus niveles de publicación se mantienen garantizados), pero sí su cerebro, para complacer al sistema internacional de ciencia, ya que raramente es al revés, aunque no desdeño la solidaridad en momentos de dictadura, claro. Obviamente, la lectora o lector deberá entender que la calificación de internacional es una ironía de este humilde autor.
A esos científicos que no les quepa ese sayo o no se amolden, les cabrá el olvido, casi como el del brigadier Alejandro Malaspina o el de tantos héroes de Mayo y posteriores (aunque no tan cruel): la cancelación de la historia y de su historia. (Ver, por ejemplo: Pedro de Ángelis (1837) “Tablas de latitudes y longitudes de los principales puntos del Río de la Plata. Proemio.”)
Sin embargo, algo todavía se puede alcanzar de ese tan deseado (y postergado) afán de dejar de ser colgajo de otros países: un ejemplo, tal vez menor, pero que puede realizarse si hubiere techo político, claro. Y tiene que ver, aunque parezca mentira, con la moda, porque tiene que ver con la medida. (4) El ejemplo que elegí es la medida del tiempo. Desarrollar un reloj de ultra-alta precisión.
En el pasado, ahora y en el futuro, la medición de ultra-alta precisión garantiza un ámbito de ciencia no cientificista (en el sentido de Varsavsky [5]) no desvinculado de la moda. Si bien están completamente desarrollados, se podría armar un reloj que sirva de patrón local de calibración de relojes de alta precisión y para hacer ciencia en cualquier otro plano. Se conocen como “frequency-comb clocks” (relojes de peine de frecuencia). Muchos científicos argentinos conocen los principios de funcionamiento, mucho puede pensarse a partir de un desarrollo el cual podría dar lugar a cuestiones originales, porque en la medición la precisión es una pasión (6) que no ahorra imaginación y poder creativo pero, sobre todo, es estratégico: lograríamos soberanía en la medición del tiempo.
De 1816 no nos separan solo dos siglos sino una concepción del Universo tan enorme que se hace difícil de narrar el paso de las ciencias, para explicarlo desde la tecnología, lo social y político y lo individual y psicológico. En el país que se plantea hoy puede parecer superfluo, pero “si no se quiere proceder a puro empirismo e intuición, no hay otro camino que hacer ciencia por cuenta propia, para alcanzar los objetivos propios. / Esto significa inscribirse en el movimiento por la autonomía cultural, que es la etapa más decisiva y difícil de la lucha contra el colonialismo.” O. Varsavsky p. 43, op.cit.
Notas
1. La frase parece una paráfrasis de otra más compleja, de 1809. Por razones de espacio la omito, pero es fácil de encontrar en Internet.
2. Noto que los intelectuales de la Revolución de Mayo no necesariamente eran originales en el sentido actual del término. Para ello, ver: Tomás Forster (2016): “Los primeros intelectuales del Río de la Plata”. Página/12, 10/05.
3. https://drive.google.com/file/d/0B9abVr9Biv72NGVkOTQ3ZjItYmMwOC00ZTc4LWJ...
4.Curiosidad: la palabra moda y medida, o medicina, tienen una misma raíz indo-europea.
5. Oscar Varsavsky: Ciencia, política y cientificismo. Centro editor de América Latina. Biblioteca general. Oct. 1971.
6. Ver: Theodor Hänsch. https://d22izw7byeupn1.cloudfront.net/files/RevModPhys.78.1297.pdf
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