Patrimonio natural y cultural en Tandil, Olavarría y Azul
La región comprendida por los partidos de Azul, Olavarría y Tandil, que suele designarse con la sigla TOA, abarca una extensa región en el centro de la provincia de Buenos Aires que se caracteriza por una variedad de paisajes, entre los que se destacan las sierras, lagunas y arroyos. Su patrimonio natural y cultural incluye tanto una gran diversidad de flora y fauna autóctona, como fósiles y sitios arqueológicos que permiten ubicar los primeros indicios de presencia humana en región en unos 8.000 años atrás, así como sitios históricos, que dan cuenta de los poderosos cacicazgos del siglo XVIII y XIX. También se destaca el rico testimonio del origen de las ciudades de Azul, Tandil y Olavarría en el siglo XIX, la instalación de los colonos criollos y casi simultáneamente de inmigrantes, la diversidad de actividades agrícolas y mineras que en pocas décadas comenzaron a proliferar en la región, sumadas a la instalación del ferrocarril, la creación de vastas redes camineras y el crecimiento de los centros urbanos. En síntesis todo ayudó a transformar profundamente, en poco más de cien años, un paisaje que había permanecido casi invariable por cientos de miles de años.
En la actualidad, la mayoría de las sociedades contemporáneas se caracterizan por su capacidad para anteponerse a las situaciones de riesgo y prever las consecuencias perniciosas derivadas tanto de procesos naturales como de la actividad humana. La realidad del TOA, en lo que respecta al patrimonio natural y cultural muestra, sin embargo, la cara y la cruz de una misma moneda. Lugares tan conocidos como la piedra movediza de Tandil han sido rehabilitados y, quizá lo más importante, devueltos a la sociedad para su disfrute estético y económico. Al mismo tiempo, un riquísimo legado disperso por toda la región, tanto en ámbitos rurales como urbanos, ha sufrido en los últimos decenios la fuerte presión de un crecimiento económico que se ha reflejado en nuestro territorio en forma de urbanizaciones turísticas y residenciales, minería a cielo abierto y una agricultura intensiva. Las consecuencias de este proceso se han dejado sentir con fuerza a pesar de los importantes esfuerzos realizados para controlarlo mediante la aplicación de medidas legislativas y de la gestión de los gobiernos locales. Sus efectos, lejos de constituir una cuestión secundaria, siguen constituyendo un problema de primera magnitud. La pérdida irreparable del patrimonio de una sociedad (sea este natural, cultural o paisajístico) es una de las consecuencias más graves de la falla de las políticas preventivas que deben ser la garantía de salvaguarda de su legado para las futuras generaciones. Lejos de situarnos en un modelo de desarrollo que se revela insostenible y de la posición sostenida por los conservacionistas a ultranza, consideramos que el camino más viable para salvaguardar el patrimonio consiste en integrarlo en la planificación del territorio y en generar espacios de diálogo y redes de colaboración interinstitucional que vinculen centros de investigación, gobierno local y organismos provinciales y diferentes grupos de interés. De esta manera hará posible que los procesos de cambio en el territorio se ajusten a determinadas estrategias de desarrollo que garanticen el equilibrio territorial y la conservación de los recursos naturales y culturales. Para compensar los impactos negativos sobre los distintos patrimonios existen numerosos programas de trabajo orientados hacia el concepto de sostenibilidad ambiental, social y económica. Estos programas deben implementarse con el auxilio de diferentes disciplinas, tales como la geología, la paleontología, la biología, la arqueología, la historia, la arquitectura, la antropología social, etc.
Otro punto primordial a considerar es quiénes son los interlocutores en la gestión del patrimonio. En los últimos años se ha enfatizado la necesidad de poder comprender las diferentes visiones de los actores involucrados, para poder garantizar su preservación a largo plazo. Para ello es necesario, en primer lugar, conocer a la comunidad local en general y los usuarios de los bienes patrimoniales en particular. Por último, no debe subestimarse el compromiso de la comunidad en la tarea de preservar el patrimonio; un compromiso que se promueve y se viabiliza a través de mecanismos que garanticen su participación en la toma de decisiones. La Convención de la UNESCO de 1972 establece que los Estados deben “hacer que el patrimonio cumpla una función en la vida colectiva de los pueblos”.
Sobre la base de estas reflexiones y con motivo del "Día Nacional del Patrimonio Natural y Cultural Argentino", debemos tener presente que:
"Solo se protege lo que se conoce"
Es necesario localizar, delimitar, documentar e inventariar el patrimonio natural y cultural.
"Solo se conoce lo que se comprende"
Se debe evaluar, estudiar y comprender la significación histórica y actual de dichos patrimonio.
"Solo se comprende lo que se analiza"
Es necesario investigar, preservar, conservar, proteger dicho patrimonio.
"Solo se analiza lo que se valora"
Es necesario poner en valor, interpretar y difundir dichos patrimonio.
Finalmente, nuestros desafíos como investigadores consisten en contribuir a que el patrimonio se convierta en un hábito cultural para nuestras comunidades, en lograr que su preservación y puesta en valor ocupe un lugar significativo en la agenda de nuestros gobernantes y que se constituya en una necesidad para desarrollar ciencia y tecnología.
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